Leyendas del tiempo
heroico y bárbaro.
ROMANCE DE KAQUEL
HUINCUL.
Por
Augusto J. Bialade.
Imagen al solo efecto ilustrativo. |
I
Estaba el fiero Kaquel
alertas, y firmes los
ojos;
de la laguna el espejo
brillaba su plata al
sol,
y la lontananza
inquieta
danzaba en sordo rumor,
¿Qué ruido extraño le
tiene
al pampa el ojo avizor?
Duermen callados y
quietos
los viejos talas del
monte,
pereza que da el
verano,
pereza, sueño y calor.
Bajo un cielo como un
lampo
de luminoso rigor,
una bandada de garzas
hinde los aires, veloz;
y en el bajo pajonal
que a la loma borda y
come,
se ha abierto paso el
venado
que es ligero corredor.
El indio, al verlos,
inquieto
a su pesar se tornó,
y su mirad se alarga
hacia un lugar allá al
norte,
donde el polvo en
densas nubes
está oscureciendo el
sol.
Kaquel levanta la mano
y pasándola en el
rostro
borra del fiero
entrecejo
gruesas gotas de sudor.
Al aire blandió la
lanza
girando a un golpe su
potro,
y su estridente alarido
en el bajo resonó.
Llevaba como una flecha
del monte la dirección;
y sus ojos se saltaban
y le abrazaba el calor.
El monte ya puesto en
guardia
Sus mil lanzas asomó.
II
Caravanas de caballo,
fusiles, sables,
galones
y chaquetas coloradas
que tiemblan con la
emoción
del clarín que está a
degüello
sonando con clara voz.
Dando frente a los
soldados
Y derrochando valor,
La lira? De altivos
pampas
al galope se tendió.
Pronto a la llanura
inmensa
sacudió claro temblor,
y ya en los sables
desnudos
se fue enrojeciendo el
sol.
Florecieron las
tacuaras
En el sangriento
vellón,
Y cantándole a la
muerte
La boleadora silbó.
Terribles se hunden las
lanzas
- hay sables con más
furor –
melancólico el clarín
vibra tocando atención
y nuevamente a degüello
con más coraje y valor.
El aire se carga y
tiene
en el pesado bochorno,
un tufo fuerte y muy
acre
de polvo, sangre y sudor.
Es duro aquel
entrevero,
sin más testigos que
Dios;
la indiada con alaridos
se comunica rencor
cargando desesperada,
más el cristiano
redobla
su empeño por la
partida
y a los fieros pampas
pone
con irresistible empuje
en derrota y
dispersión.
Lanzan ayes los
heridos,
la sangre en el suelo
corre
y están rojizos los
pastos,
la tierra, el aire y el
sol.
La laguna se despierta
y el monte de la alta
loma
ha visto llorar los
talas
y está en grande
confusión.
Las polvaredas se
acercan
Y el monte es todo clamor.
Kaquel del rudo combate
Fue el último que
escapó.
III
En el toldo de Kaquel
la blanca cautiva
llora,
porque en su pecho se
baten
la alegría y el dolor.
Diez años de toldería
y que a su hogar la
arrancó
el pampa que la hizo
suya,
que así es la ley del malón.
Amante sin nunca amar,
Sufrida, porque sufrió,
La libertad ahora viene
Más nunca vendrá el
honor.
Estos pensamientos
daban
a la cautiva aflicción,
cuando de un salto a su
lado
Kaquel allí desmontó;
los ojos tenía bajos
y le temblaba la voz,
que a los que tanto
lloraba
asi, sin tardar le
habló:
- Cristianos todo
ganando,
indio perdiendo, peor…
mujer que ahora tiene y
quiere
también? – y el pampa
calló
y ella, en sus ojos al
ver
valiente resignación,
secó su llanto y al
punto
con esto le contestó:
- Mis hijos son los
tuyos
y tú que eres mi señor,
tendrán entre los
cristianos
mi leal ternura y amor.
Yo rogaré ante los míos
que os reciban con
razón
de ser leal y valiente…
Mas el pampa replicó
alzando grave ademán:
_ Kaquel no quiere
favor,
los huincas valientes,
sí
pero a mí nadie mandó.
Y rápido a la cautiva
sobre su caballo alzó,
que era huir con los
dispersos
al parecer su
intención.
Sorprendida ella: Mis
hijos!...
con grande furor gritó.
En ese momento entraba
al monte la expedición
y al verlos un miliciano
con su fusil disparó.
La bala partió certera,
su brazo l indio aflojó
y rodando por el suelo
no tuvo un ¡Ay! De
dolor.
La cautiva lanzó un
grito
que desplomó su razón
y con la lanza del
muerto
el pecho se atravesó.
Se llegaron los
soldados
y hasta hubo
investigación,
más la muerte de la
blanca
cubrió por siempre su
honor.
Allí en Kaquel la
columna
desprendió una
guarnición,
se pobló luego el
paraje
y más de un siglo pasó;
un siglo sin una noche
de triste recordación,
noche que fue de
venganza,
de sangre y desolación…
¡Ay si pudieran
contarla!
Más nadie sobrevivió.
(Entregada
por el ingeniero Guillermo Fahey a los “Amigos...” (para el Museo) en Octubre de 2007, estaba
en poder de la familia Bialade a la cual pertenece el ingeniero Fahey)