EL PUESTO.
Enrique Larreta.
Argentino. 1875.
El puesto de Carmona era un rancho a la vez
triste y risueño, torcido todo hacia un lado, a semejanza del gaucho que habla
con el patrón; rancho fabricado a la antigua, miserable hasta más no poder,
aunque siempre aseado y oliendo, a lo más, a humo y a ropas de pobre.
Solía, también, en verdad, respirarse en sus cuartos, de tiempo en tiempo, un tufo de zorrino; pero, así que el puestero sacaba sus botas a la galería o las colgaba, algo más lejos, de una rama del saúco, la hediondez se pasaba del todo.
No había mueble que no cojeara sobre su ondulante piso de tierra. Veíanse, todavía, señales de las cuevas cavadas por los peludos, quién sabe cuándo y que Carmona, al instalarse, rellenó lo mejor que le fue posible, apisonándolas con un estacón de quebracho.
Las resquebrajadas paredes de quincha de duraznillo recubierto de barro, conservaban uno que otro parche exterior de remoto blanqueo. El techo era de paja; pero de paja compacta, corta, pareja, como lana a medio crecer.
Carmona lo restauraba, cada dos o tres años, al fin del otoño, pasada la marcación, porque fue siempre enemigo del techo de fierro, y según declaraba, él mismo hubiera preferido, mil veces, dormir al raso a meterse debajo de unas latas, como conserva de almacén.
(Zogoibí. Edic. 1926)