Pinceladas de los barrios
Noches inolvidables del Club
Ferroviario
Por Fernando Rogelio Hann.
Las noches
lindas de un “¡Ferroviario del pasado!, donde la barra en derredor de un
mostrador de madera, tambaleante por el paso de los años y la falsa escuadra
del piso, se reunía todos los días a la hora del “copetín”, pero la tenida
fuerte era para los días sábados, Noche de Gala. El tango, el canto, el zapateo
junto al folclore y el recitado, estaban a cargo de los parroquianos, que
teníamos una parte del club.
La cosa
terminaba generalmente cuando “venía clareando el día”, como dice la gente de
la noche. El patrón de la cantina, Don Domingo Garmendia, para nosotros “Mingo”,
junto al mozo Cholito Moracci, buen mozo, buena persona, saco blanco y corbata
negra, que se ocupaba con diligencia de atender a todos los parroquianos. Nunca
faltaba el bandoneón de Santiago Guerra, un lujo en la ejecución, la guitarra
de Ironel Rodríguez, muy delicado en lo suyo. Algunas noches, cuando la ocasión
lo permitía, previo pedido, utilizábamos el piano del club, el acompañamiento,
muy simple, cucharas, botellas y el mostrador, a cargo de los que les iré
contando.
La tenida
comenzaba a la hora del “copetín”, la barra con el “pico caliente”, se retiraba
a cenar, en tanto algunos que vivían un poco lejos y para no perder detalle, se
quedaban comiendo algún chori pan que “Mingo” les preparaba.
En esas noches
de intenso frío del invierno, nadie faltaba a la cita. Y… con el clásico –¡Qué
se va a servir?- del mozo, para el que llegaba, cuando la barra estaba casi
completa, se iniciaba “la noche, el bandoneón, la guitarra, el bombo y la
batería (llámese mostrador), dirigida por Don Pedro Sieddi (“Perico”)
Se formaba la
rueda, pero con una premisa, el que no canta, no zapatea o toca instrumento,
tenía que “pegar la vuelta”, es decir retirarse. Mientras la cantada estaba en
pleno desarrollo, aparecían a cierta hora de la noche, Mario Fernández “el
hombre de la cerveza”, Tono Rubieles, tan bueno como grande, el Negro Villalba,
el morocho del bandoneón, Julio Buchicardi (un piano en la noche) Víctor Coronel,
otro de la batería con cuchara. Fernando Rogelio Hann, un bandoneón que recién
se iniciaba.
El colorado
Yob, una batería de primera línea, con el mostrador. Carlos Alberto Molina, el
hombre de la Manzanilla. Godo Buchicardi, el negro. Luis Eduardo Torres
“orejero de la maestra”, un gran amigo, compañero de escuela mío. Horacio
Carrera “El malevo”. Ricardo Sasiain, gran bandoneonista. Los hermanos
Espondaburu (“un refusilo en el zapateo”)
Mientras la
noche continuaba en su andar, solían parecer, Dante Cano “el elegante”,
“fósforo Gloria”, por su gorra azul cuando jugaba al fútbol. Domingo
Marzzellino, hombre de batería contrabajo. Rubén Marzellino, hijo de Domingo,
gran cantor de tango. Mario Coronel, hermano de Víctor, otro de la batería con
cuchara. Los hermanos Varela, uno para la batería con cucharas, el otro gran
bandoneonista con su orquesta típica y jazz, con las voces de Rubén Marzzellino
y Juan Carlos Muñoz y la estelar presentación de Lina Reyes. Todos juntos
hicimos aquellos memorables Bailes de Carnaval en el Club Ferroviario.
Otros que
integraban la reunión de aquellas noches eran; Chiche Lazzatti, el hombre serio
de la barra y los hermanos Arriba.
Y… con el
correr de la noche, cuando ya se escuchaban los primeros cantos del “gallo
madrugador”, los “chochamus del Riel” que venían con algún tren de carga o
pasajeros, se traían algún “tapado” para la trenzada, pero siempre muy buena
gente y respetuosa.
El tiempo ha
transcurrido, pero cuando los años pasan, los recuerdos florecen en el
PRESENTE.
Fernando Rogelio Hann Maipú
– Marzo de 2014.