Aquello vascos ...
Por Emerenciana G. Capitani (Tota)
Pareja de vascos. Obra del artista plástico Antonio Oteiza Cabañas.
Tal vez
aquel vasco, que esperanzado llegaba a nuestro suelo, a quién apodaban “Belcha”
(negro); con su bagaje de ilusiones y su afán de trabajo; morador de las duras
montañas españolas; límite entre España y Francia; sitio que lindante con
España motivó su temperamento rudo, de fuerza fuera de lo común, la que luego
mostraría al llegar a estas tierras trabajando sin descanso.
Hasta sus competencias eran de
fuerza: ¿Quién talaba el árbol más grueso, en menos tiempo? ¿Quién vencía en
las competencias de pelota al frontón? y sobre todo en el orden del trabajo,
¿quién tenía los mejores viñedos en las laderas de aquellas montañas?
Ellos, los
que poseían la potencia que da el afán del trabajo.
Pero dejemos un lugar para los
otros, los que vivían cruzando los Pirineos, en territorio francés. Estos,
muchas veces de pelo claro y ojos azules, poseían el mismo idioma (¿el Euscaro?)
Argumentaban
ambos que su procedencia no era similar a la de los españoles y franceses, sino
que habían llegado del norte del continente, demostrándolo con su gran fuerza y
empeño, luchando, aún hoy por la libertad de su pueblo.
Pues sus costumbres, su idiosincrasia, es opuesta al país
en que viven.
Existe un
árbol (¿hasta hoy?) que refleja sus amores: “El árbol de Guernica”, del cual
Picasso hizo una creación en la pintura realizada.
Tal vez, como siempre, caminé por un
sendero extenso, para al fin, llegar al punto inicial. Comienzo nuevamente lo
que deseaba contarles…
Pues aquel vasco morocho que a esta región llegó, con su
pequeño bagaje de ropa, se alojó en la fonda de un amigo de su Patria, hasta
encontrar campo fértil para labrar y poblar este suelo semidesértico. Mas, en
su estadía en dicha fonda (“fonda” se le llamó a los antiguos lugares donde se
daba de comer y se ofrecía pensión a los circunstanciales viajeros) conoció a
una mestiza, cruza de india y españoles (quién averiguó estos orígenes y nos
los trasmitió a sus descendientes, era nieta de la pareja formada por aquel
vasco y la mestiza)
El vasco, empeñado en trabajar y
hacer un futuro, clavó estacas en el suelo de estas tierras sin poblar de la Provincia de Buenos
Aires, construyó su hábitat y en él el consabido mangrullo.
Allí
convivió con la compañera que había elegido para habitar el lugar. Ella,
encerada en su habitación, por el temor a los constantes ataques indígenas,
tenía hijos que llevaban el apellido de su padre, mientras tejía “calceta” y
fumaba en “chala”.
Los niños eran criados por un “ama
de leche”, la que se encargaba de su crianza, hasta la edad en que su padre les
ponía una persona “leída”, quién transmitía sus conocimientos a aquellos.
Un día, aquel vasco a la vuelta de
uno de sus usuales viajes a Buenos Aires trajo para su compañera, un regalo, se
trataba de un abanico de oro y nácar. Desde entonces fue pasando en la familia,
a los hijos mayores de sus descendientes, así llegó a mis manos.
Pero…porqué siempre hay un, pero…
Les
contaré, ahora, como termina el supuesto final. En uno de sus viajes, lógicos,
que este vasco realizaba a Buenos Aires no halló lugar para hospedarse en la
fonda de su antiguo amigo, ofreciéndole este su habitación para que pasara la
noche.
Mas el destino había dispuesto un
trágico final. Creyendo que quién estaba durmiendo era el dueño de aquella
fonda, un hombre, tal vez alguien que tenía “cuestiones personales” con el
dueño, penetró en la habitación y con un arma blanca dio muerte a quién allí
dormía.
Mientras en su lejano hogar oteaban
el horizonte y el vasco no llegaba y así pasaban los días, hasta que llegó la
noticia; Había muerto aquel a quién esperaban.
Entonces
comenzó a caer todo, la bisabuela de quién escribe no tenía en absoluto
conocimiento de campo. Tomó esa tarea algún subordinado, quien fue dejando que
la “paja brava” ganara la propiedad.
Aquí termina, lo que de ellos sabe,
quién narra esta historia real se siente un granito de este suelo que ha tantos
albergó y mas orgullo hay en su corazón por correr por sus venas sangre vasco y
aborigen.
Por ello
decidí donar a nuestro Museo, el de mi pueblo natal, esta reliquia familiar.
Muchas gracias Amigos del Museo por
su atención al recibir este pequeñísimo trozo de nuestra historia de la
comunidad Maipuense. Déjenme decir algo
para el final; ¡AMO MI PUEBLO Y SU GENTE!