A propósito de las Paces de Miraflores.
[SOBRE RAMOS MEJÍA Y LA POLÍTICA SEGUIDA
CON EL INDÍGENA]
En: Barros, Alvaro. Frontera y territorios
federales de las Pampas del Sur. Hachette. Buenos Aires, 1975. Cap. V;
Págs.148/151.
Investigación de Alfredo Pedrós.
Mural realizado por Rubén Muñoz Abril y acompañante durante una jornada de trabajos realizados en Maipú en el año 2009
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"D. Francisco Ramos Mejía era uno de los
pobladores que en aquel tiempo se hallaban ya establecidos al sud del Río
Salado.
Había comprado al gobierno una extensa área de
campo, a razón de 14 pesos fuertes la legua, habiendo luego comprado a los
indios que allí residían, el derecho de establecerse en aquellos campos.
Obedeciendo Ramos a un sentimiento de justicia
que honra su memoria, lejos de pretender desalojar a los indios, en uso del
derecho adquirido, les trató siempre benigna y paternalmente, granjeándose así
la confianza y el respeto de ellos.
Los indios fueron luego sus mejores peones y
la más segura custodia de sus intereses, y tal confianza adquirió de su
lealtad, que vivió allí tranquilamente con su familia, ejerciendo una autoridad
verdaderamente patriarcal, en ninguna circunstancia desconocida por los indios.
En vista de esto, el gobierno le encargó de
iniciar los arreglos pacíficos, entre los indios de la Sierra del Volcán y Tandil,
y en consecuencia envió a D. Domingo Díaz de Soza (mayordomo de sus estancias y
muy relacionado con los indios) a entenderse con los caciques Negro, Ancafilú,
Neuquipan y Maicá.
Cuando D. Domingo Díaz de Soza regresaba con
respuesta favorable de los indios, el gobierno resolvía hacer una expedición
armada, y como paso previo envió una fuerza a la estancia de Ramos que
sorprendió a los indios amigos, y les condujo presos a Kakel después de
despojarlos de la mayor parte de sus bienes.
D. Francisco Ramos bajó entonces a Buenos
Aires y demostró al gobierno lo inconveniente de todo aquello cuando él estaba
en vía de arribar a arreglos pacíficos, pero todo fue inútil porque se creía
más eficaz acabar con los indios, y esto era cosa tan sencilla que ni la duda
se admitió sobre el resultado de la expedición.
Entonces el señor Ramos manifestó lo injusto y
desacertado del proceder usado con los indios amigos que residían inofensivos
en su estancia; se constituyó responsable de que no se inquietarían a pesar de
la expedición, y consiguió que se les dejase en libertad.
Los indios regresaron a Miraflores donde Ramos
les aseguró que estarían garantidos en adelante, y las fuerzas expedicionarias
pasaron sin que ellos se alarmaran, confiados en las seguridades ofrecidas.
Los caciques de las sierras que esperaban la
paz propuesta por Soza en nombre del gobierno, se vieron inesperadamente
invadidos.
El general D, Martín Rodríguez, jefe de
aquella expedición, hizo largas y penosas marchas sin alcanzar batir a los
indios, y cuando desesperó de darles alcance, aceptó un parlamento que tuvo
lugar en la laguna denominada después La Perfidia.
El teniente coronel Buleski, mayor Miller,
capitán Ferrer, Montes, Bosch, y otros que formaban parte del parlamento, o
iban como curiosos, todos fueron alevosamente asesinados por los indios.
Este hecho bárbaro, era sin embargo una
consecuencia natural del proceder del gobierno con los indios, desde los
primeros tiempos de la conquista, hasta la época de que nos ocupamos.
En 1815 se les ofreció la paz, ellos la aceptaron,
y por pequeñas intrigas de gabinete, se abandonó todo dejando burladas las
esperanzas de los pobladores de la campaña; respondiendo con silencioso
desprecio a las amistosas solicitaciones de los indios.
En 1820, se les ofrece nuevamente la paz, de
nuevo la aceptan y entonces, una fuerza armada se apodera por sorpresa de los
confiados indios que vivían pacíficos entre nosotros, y avanza luego sobre las
tribus más lejanas que esperaban los enviados pacíficos ofrecidos por el
gobierno.
Los indios huyen de nuestras armas para ellos
formidables, pero se burlan de los tardíos movimientos de nuestras columnas, y
sostienen un sitio movible, diremos, fuera del tiro de cañón, privándoles de
todo recurso.
Persuadidos de su importancia para romper
nuestra formación como de la nuestra para darles alcance y castigo, buscan
siempre la ocasión de sorprendernos, sin que les repugne la perfidia y el
menosprecio de todos los deberes de la guerra, porque con perfidia y
menosprecio son tratados.
Los indios sorprenden y matan a nuestros
parlamentarios, como nuestros soldados sorprendieron a los pacíficos indios de
Miraflores, como trataron de sorprender a los de la Sierra , cuando esperaban la
paz ofrecida. En seguida veremos otro hecho, que justifica, si es posible el de
La Perfidkz.
El general Rodríguez, al regresar de aquella
expedición infructuosa, envió una fuerza con el objeto de apoderarse de nuevo
de los indios de Miraflores. Estos trataron entonces de defenderse, pero el Sr.
Ramos los disuadió de ello asegurándoles que él conseguiría luego su libertad. Los
indios se rindieron y fueron conducidos prisioneros. Al día siguiente D.
Francisco Ramos se dirigió en busca del general con el objeto de obtener la
libertad de los indios, y en el tránsito encontró en el campo los cadáveres de
más de 80 de ellos. Cuando llegó al campamento se le dijo que habían intentado
resistir durante la marcha, y había sido necesario usar de las armas.
El general recibió cortésmente al Sr. Ramos,
pero no le permitió regresar a su estancia. La señora de Ramos se vio obligada
a seguir en una carreta tras de la columna hasta el puente de Barracas, donde
fue puesto en libertad su esposo, prohibiéndosele volver a Miraflores.
Entre tanto las familias de los indios, es
decir, sus viudas y huérfanos, fueron conducidas como trofeos de la expedición.
Los indios que escaparon, fueron a unirse con
los de La Perfidia ,
y los indefensos habitantes de la campaña entraron de nuevo a pagar a la
salvaje venganza el tributo de fortuna y de sangre.
En las primeras invasiones que sucedieron, las
propiedades de Ramos fueron respetadas, por gratitud de los indios, pero en las
que se siguieron, cayeron en el ataque y destrucción general, como también el
fuerte y pueblo de Kakel incendiado y sus habitantes pasados a lanza."
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[Barros, Alvaro. Frontera y territorios
federales de las Pampas del Sur. Hachette. Buenos Aires, 1975. Págs.148/151.]